RESUMEN EJECUTIVO - II TRIMESTRE 2016



En el segundo trimestre se agudizó notablemente el cuadro recesivo que atraviesa la economía local desde mediados del año pasado. El Indicador Sintético de Actividad GERES (ISAG) marcó una disminución del -3,7% interanual y del -1,9% respecto del trimestre previo. Para igual período, el INDEC reportó un retroceso del -2,8% i.a. y del -0,7% t/t.

Se profundizó el descenso de la producción industrial, generalizándose -sin excepción y con desigual intensidad- a todas sus ramas. Persiste la crítica situación del sector automotriz, cuya producción continúa sin encontrar un piso, luego de tres años en declinación; hay que remontarse a 2006 para ubicar un volumen inferior al producido en los últimos doce meses. También acusaron fuertes caídas la siderurgia -otro de los sectores más golpeados- y la metalmecánica.

La construcción se desplomó alrededor de un -20% interanual, según coincidieron el INDEC y el Índice Construya, afectada principalmente por el congelamiento de la obra pública, así como por la menor inversión privada en el rubro (también incidieron negativamente en abril los numerosos días de lluvia registrados ese mes).

Es justamente en el sector de la construcción donde se produjo el mayor quiebre en el empleo, con 140.000 despidos en el período diciembre 2015-junio 2016, a los que se sumaron los ocurridos en la administración estatal (subnacional -28.500- y nacional -21.000-). Finalmente, el INDEC publicó un dato verosímil de desocupación, situándola en el 9,3% de la PEA, cifra que suena más a un piso que a un techo para 2016. Por un lado, dicha estimación reconoce la suba del desempleo verificada este año y, por el otro, sincera las manipulaciones previas del INDEC, que desde GERES veníamos analizando desde hace tiempo.

La inflación acumulada en doce meses (46%), motorizada por la devaluación de diciembre y el “tarifazo” en servicios públicos, ha reducido el poder adquisitivo del salario en forma violenta        (-7,6% en el segundo trimestre, respecto del mismo período de 2015, y -11,0% interanual considerando sólo el mes de junio). En particular, el salario público aparece enfáticamente dañado (-12,5% i.a. en el trimestre), mientras que las jubilaciones pierden un -9,4% en igual lapso.

El ciclópeo recorte que padeció el poder de compra del salario y demás ingresos continuó impactando en el consumo privado, que volvió a caer en forma drástica. En tanto, la inversión privada en equipo durable mostró un repunte durante el segundo trimestre, centrado en el segmento importado, pero en julio se retrajo nuevamente.

En el plano fiscal, durante el segundo trimestre se acentuó el deterioro de los ingresos del Sector Público Nacional. La recaudación impositiva creció un 27% (nominal) respecto de igual trimestre de 2015, implicando –una vez descontada la inflación- un recorte del -12% en términos reales. Este desempeño se explicó principalmente por el desplome de la recaudación de ganancias (-26%) y de derechos de exportación (-35%); también incidió negativamente la recaudación en concepto de  IVA-DGI (-6,6%), que acusó el impacto de la caída en el consumo. En consecuencia, la política de ajuste del gasto -cayó 12% en términos reales- no se ha traducido en una mejora del  gigantesco rojo fiscal, que supera actualmente el 6% del PIB.

En lo relativo al intercambio comercial, diversos sectores productivos han advertido acerca de la creciente apertura de importaciones en numerosos ramas de la economía (incluidos productos agropecuarios). En ese sentido, las estadísticas oficiales muestran que en el primer semestre las importaciones de bienes de consumo aumentaron un 10% en valor (22% en cantidad), a contramano de la evolución del consumo interno, siendo aún mayor la suba en el caso de los vehículos automotores (37% en valor y 45% en volumen).

En los primeros seis meses de 2016 las importaciones totales de bienes disminuyeron un -5,8% interanual, producto un descenso del -13,7% en los precios, parcialmente contrarrestado por una suba del 9,1% en las cantidades. Las exportaciones, por su parte, experimentaron una disminución del -2,6%, explicada por una baja en los precios (-9,8%), compensada en parte por mayores cantidades (8,0%). Se registraron subas en los rubros de productos primarios (9,6%) y MOA (3,7%), contrarrestadas por caídas en MOI (-15,9%) y combustibles (-30,8%). Como resultado, el saldo comercial acumuló un discreto superávit de U$S 479 millones, casi U$S 1.000 millones por encima de iguales meses de 2015.

Si bien luego de la gran devaluación de diciembre, y mediante acuerdos con diferentes sectores (cerealeras, bancos extranjeros), se alcanzó la unificación cambiaria y una evolución del tipo de cambio relativamente estable, el gobierno no sólo no logró contener el salto inflacionario durante los primeros meses del año, sino que la política monetaria contractiva llevada adelante constituyó un elemento clave en la profundización de la caída en la actividad y el consumo, poniendo de relieve las dificultades de su plan económico. En el transcurso del segundo trimestre el BCRA discontinuó las vigas maestras de su estrategia inicial, validando una expansión de la base monetaria, una significativa apreciación del tipo de cambio real con una importante intervención en el mercado de cambios y un escalonado descenso de la tasa de interés oficial.

En suma, la economía argentina se encuentra transitando actualmente una aguda recesión, con fuerte caída de la industria, la construcción y el consumo privado, mientras que la  inversión aún no brinda señales importantes de recuperación. La actividad económica se ha retrotraído así hasta un nivel similar al que registraba a principios de 2011, y la industria hasta niveles de 2010, evidenciando una situación de estancamiento económico prolongado, que ha repercutido en el mercado laboral con una escasa creación de empleo en los últimos cinco años. 

El panorama para lo que queda del año continúa siendo poco promisorio. Resta confirmar si la economía tocó fondo en el segundo trimestre o mantendrá la senda bajista. En ese sentido, los indicadores disponibles del mes de julio no despiertan optimismo al respecto; se han registrado nuevamente agudas caídas del consumo, la construcción y en ramas centrales de la industria, como el sector automotriz y la siderurgia. En este último caso, resultará central el desempeño de la economía brasileña, que viene atravesando una profunda recesión, aún sin perspectivas ciertas de recuperación para 2017.

Esta situación se verifica en medio de un cuantioso déficit fiscal y de un persistente descenso de las exportaciones, lo cual seguramente mantenga evaporado el saldo comercial y la cuenta corriente fuertemente negativa este año. Factores que se constituyen como un serio límite a la expansión de la actividad económica, en virtud de lo cual el gobierno recurre crecientemente al  endeudamiento y a la emisión monetaria para solventarlos.

En lo que va de 2016 el BCRA ha mantenido el tipo de cambio relativamente estable para no echar más combustible al fuego (de los precios), oficiando nuevamente de “ancla nominal” de la economía. Al no subir en proporción con los precios, han vuelto los reclamos empresariales por un dólar “más competitivo”, que entra en contradicción con la anunciada meta del gobierno de reducir la inflación. La creciente apreciación cambiaria también se refleja en la evolución de las declaraciones juradas de ventas al exterior del complejo soja, que desde junio han empezado a caer significativamente en términos interanuales.

En este contexto local e internacional mucho más arduo que el registrado años atrás, y de un plan económico orientado en la línea del ajuste clásico, no se vislumbran elementos que permitan iniciar un nuevo ciclo de crecimiento sostenido, como aconteció con la recuperación post crisis de 2002, que se extendió -desplome en 2009 de por medio- hasta el año 2011, apuntalada por una situación mundial extraordinariamente favorable para nuestro país.

De haber un repunte en la economía el año que viene, éste podría venir por el lado de una reactivación de la obra pública, del ingreso de capitales especulativos, más endeudamiento y lo que aporte la cosecha; en un probable contexto de apreciación cambiaria y menor inflación respecto de los altísimos niveles actuales que podría favorecer cierta recuperación del consumo. Para la gestión macrista, el escenario descripto implicaría “patear” para después de las elecciones la profundización del ajuste que reclaman amplios sectores del establishment, principalmente en torno a cuestiones como el enorme rojo fiscal y la “falta de competitividad” de la economía. En lo inmediato, las expectativas oficiales están depositadas en el blanqueo de capitales, con el objetivo de lograr un alivio -aunque sea transitorio- en el estrecho panorama del sector externo y fiscal durante el próximo año electoral.